Alicia López Losantos - Doctoralia.es

La sociedad española ha cambiado significativamente en las últimas décadas. Antaño las segundas nupcias se realizaban casi exclusivamente en casos de viudedad, pero todo eso cambió con la aprobación del divorcio y desde entonces las personas que vuelven a formalizar una nueva relación después de una separación han ido en aumento. Tanto es así que España es el segundo país de la Unión Europea con la mayor tasa de separaciones y divorcios (según el INE más o menos se producen 5 cada minuto).

¿Se casan por segunda vez en la misma proporción hombres y mujeres?

Pues no, hay diferencias por sexo.

Según los estudios sociológicos sobre este tema, las mujeres se casan menos en segunda vez, cohabitan más y también viven sin pareja en mayor proporción que los hombres.

Este hecho puede deberse a distintas circunstancias, veámoslas:

  1. A causa de que las separaciones y divorcios cada vez se producen a edades más tempranas, muchas mujeres son madres de niños pequeños. En muchas ocasiones las mujeres se quedan con la custodia de los niños. Si son amas de casa, una vez divorciadas viven de la pensión o tienen que buscar un trabajo que complemente la misma. Así es muy difícil conocer personas en esa situación. Su mundo en realidad no cambia y deben encontrar una nueva pareja en la misma red de contactos. Si trabajan y son económicamente independientes, los niños les demandan atención y es muy difícil dedicar tiempo para el trabajo, los niños y para sí mismas.
    También se da el hecho social de que un hombre joven que desea volver a tener pareja, a nivel general, suele aceptar una mujer con un niño pequeño con normalidad, pero más ya es muy difícil (aunque él los tenga).
    Ahora con la custodia compartida con suerte los cónyuges tienen más tiempo para buscar la persona de la cual volver a enamorarse.
  2. Tradicionalmente en España las mujeres en su primer matrimonio se suelen casar a edad temprana (menos de 30 años) y con hombres más mayores. Esto hace que una vez se divorcian, les gusta disfrutar de un periodo de soledad e independencia y que aunque se vuelvan a enamorar no vean el matrimonio como una primera opción sino que buscan formas de convivir distintas.

Resumiendo, los hombres son más clásicos en sus segundas uniones que las mujeres que en mayor medida permanecen solteras o cohabitan más que casarse.

Pero estas parejas largas y comprometidas que formamos a lo largo de nuestra vida ¿son iguales?, ¿se busca lo mismo en un primer gran amor que es un segundo?

Rotundamente no.

Primero, porque las formamos en distinto momento de madurez como personas. Podemos tener experiencia del amor (hemos podido enamorarnos o tener varios parejas), pero no tenemos ni experiencia de vida ni la madurez emocional que da la convivencia con el otro.
El primer matrimonio como hemos visto se forma a edades tempranas, casi partimos de la misma línea de salida, es una elección entre iguales (de amigos, del trabajo, de los estudios), conocemos el entorno de la pareja, y tenemos las mismas metas y objetivos de vida pero priorizando el formar una familia. En esta primera pareja está todo por construir, el hogar y el futuro profesional. Y muchas parejas se casan porque toca, porque hace ilusión, porque es lo que socialmente esperan de uno.

Por otra parte tenemos el propio concepto de matrimonio.

Lo tenemos idealizado. No conocemos absolutamente nada de esa experiencia, es algo nuevo que nos atrae por lo desconocido, y aunque hayamos convivido con nuestra pareja, al formalizar la relación, al pasar por el rito del matrimonio, hace que algo cambie entre nosotros. Podríamos decir que iniciamos una unión idealizada, con mucha ilusión, expectativa, entrega y confianza en el otro y en futuro feliz que esperamos juntos.
Sin embargo en las segundas uniones la mayor parte de las expectativas cambian. Hemos pasado por una ruptura sentimental fuerte, dura y traumática siempre, aunque haya sido amistosa. Por ello encaramos la nueva relación con madurez, realismo y mucha selección. Sabemos lo que no queremos que entre de nuevo en nuestra vida, sabemos las líneas rojas que no vamos a cruzar ni dejar que el otro cruce. Sabemos hasta dónde vamos a ceder y cuáles son nuestras prioridades. Sabemos exactamente lo que queremos para nuestra vida y si no reconocemos en el otro estos puntos aunque sintamos algo no lo desarrollaremos, y si lo hacemos iremos de nuevo a otro fracaso matrimonial.

También estamos en otro punto a nivel económico y social, sabemos hasta dónde podemos llegar sin banas ilusiones, y también tenemos experiencia íntima con el otro sexo, con lo cual en ese aspecto también vamos a disfrutar de otra manera, con conocimiento y placer.

Por todo ello se puede llegar a un segundo matrimonio todavía con más ilusión que al primero, pero es una ilusión consciente y no romántica.

Las segundas uniones, da igual la forma que adopten (casarse o cohabitar o como novios eternos), nos hacen felices, nos complacen y nos completan como personas. Y si por lo que sea se termina el amor, las rupturas no suelen ser traumáticas sino dialogadas y empezar de nuevo no supone tanto impacto como la primera vez.

“Un segundo matrimonio es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”, (Groucho Marx)

Alicia.

Si te ha gustado, ¡Compártelo!

Si te ha gustado ¡Compártelo en tus redes!