Celebrar la Navidad es una tradición de nuestras sociedades occidentales. Las ciudades se iluminan y la realidad de la vida cotidiana deja paso a la magia y a la ilusión. Desde muy pequeños ayudamos a poner el Belén o los adornos de Navidad en el árbol y se nos enseña que en esa época todo parece posible, hasta que nuestro mayor deseo se puede hacer realidad en la noche de los Reyes o de Papa Noel.
Aunque parezca que simplemente es una época distinta o especial, como puede haber otras a lo largo del año, la celebración de la Navidad realmente juega un papel muy importante en el desarrollo en el niño de su identidad de familia y de su pertenencia al grupo familiar.
A través de la celebración de la Navidad en la casa de los abuelos, con tíos y primos, los vínculos familiares se mantienen y refuerzan para el niño de una forma muy positiva. Unirnos con familiares cercanos, que vengan personas que están fuera, compartir el ritual de la comida en unión y ver a todo el clan alrededor de la mesa… Todo esto genera un sentimiento identitario muy fuerte, que conformará nuestra personalidad y reforzará nuestra estabilidad emocional, al sentirnos parte de algo que va más allá de nosotros mismos, con sus propias jerarquías, costumbres y reglas de juego. Su existencia y su falta contribuirá a desarrollar la forma de ver la vida y la personalidad del adulto en que nos convertiremos.
Pero, por desgracia, esta forma de celebrar la Navidad que estamos describiendo, que era algo natural hasta la década de los 80 en España se ha ido perdiendo. Nos estamos convirtiendo en lo que el gran sociólogo Bauman define como sociedad líquida, modernidad líquida o amor líquido, donde las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo o el matrimonio para toda la vida se han desvanecido. En su lugar vivimos un mundo más precario, provisional y siempre ansioso de novedades.
Por eso es momento para reflexionar. Debemos tener cuidado de que el espíritu navideño no se convierta en un espíritu de consumo. Parece que las navidades están quedando reducidas a una época de consumo extra prestando cada vez menos atención al ritual de familia que siempre ha acompañado estas fechas. Hasta las luces navideñas tienen su efecto a la hora de estimular nuestras compras. Como padres evitemos fomentar el consumismo en los niños con acciones como duplicar los regalos en Papa Noel y Reyes. Es una buena idea mantener el regalo especial en una fecha y, si algún familiar regala en otra fecha, que sea como algo complementario, pero manteniendo la mayor ilusión bien en Papa Noel (o El niño Jesús, Olentzero, Tió, etc) o bien en los Reyes Magos.
Cuidado con ese otro espíritu navideño, que parece ser que existe, y que nos incita al consumo. Según un estudio publicado por BMJ (British Medical Journal) en ‘Neuroscience news’… ese sentimiento es real, está localizado en el cerebro humano y provoca sensaciones de alegría, euforia y nostalgia… La combinación de los buenos olores (canela y brandy son los que más funcionan), colores como el rojo (de ahí Papa Noel), y el oro, y la música (villancicos) incitan a comprar.
A la mayoría de las personas (no a todas) se les activan cinco áreas del cerebro con la Navidad. Los más ‘afectados’ son los lóbulos parietales izquierdo y derecho, porque están muy conectados a emociones alegres y al comportamiento agradable compartido con los seres queridos. Porque esa es otra de las claves. La satisfacción de comprar en Navidad no es comparable a otra época, el pico del placer se produce a la hora de ¡pagar! Lo peor es lo que dura: una vez comprado el bien, el efecto de la recompensa solo permanece 40 segundos.
Por ello, queridos lectores, disfrutemos de la Navidad con ilusión y transcendencia y que su espíritu mágico nos acompañe el resto del año.