Me gustan las historias de amor.
Dedico mi vida a hacerlas realidad.
Por eso, cuando un libro me regala una historia que conmueve y hace pensar, lo disfruto profundamente.
El abanico de seda, de Lisa See, nos muestra un mundo donde las mujeres encontraron formas silenciosas de comunicarse y sobrevivir, entre rituales y lenguajes secretos que tejían cooperación, resistencia y cuidado mutuo.
En ese escenario surge una gran historia de amor que sostiene la vida de sus protagonistas.
No es un amor romántico ni hollywoodiense.
Es un amor real, intenso, profundo.
Un amor que enseña que la pasión no es la medida de lo importante.
Que lo esencial nace de la amistad, del tiempo y de la comprensión.
Pero también revela algo poderoso: cuando queremos mucho a alguien, nuestra preocupación puede volverse un límite.
Podemos proteger tanto que reducimos su libertad, frenamos sus riesgos y, a veces, impedimos aquello que más le haría crecer.
El corazón tiende a recomendar lo que conoce, y eso puede convertir el cariño en un vehículo que reproduce tradiciones sociales y culturales opresivas sin intención.
Para quienes trabajamos con vínculos, esta historia es un recordatorio:
Amar es generosidad.
Amar es acompañar, observando, cuestionando y permitiendo que el otro encuentre su propio camino.